miércoles, 3 de junio de 2009

4º parte - No tengo lápiz




18 de mayo - madrugada

Supongo que es difícil saber por dónde empezar, y más con el sonido constante de disparos que se oye ahí fuera. La madre de Alberto nos ha acomodado en el salón porque me da que pasaremos la noche aquí. Diego está a mi derecha con un tick nervioso en las piernas y Xhartas indaga en el ordenador información que considero irrelevante.

Creo que ya sé por dónde empezar, habría que remontarse al día 16 por la tarde, cuando se confirmó que el virus había llegado a Europa de manera inexplicable. Recuerdo que en ese momento me invadió una sensación de inminente muerte. Sabía que iba a morir tarde o temprano, que todos íbamos a morir... pero la espera era insufrible. Es como cuando mueres ahogado, sólo quieres que acabe cuanto antes.
De pronto se hizo el silencio en todo el continente. Nuestro gigante y poderoso UE se derrumbó y los militares se frotaron las manos. El Rey dio un discurso por televisión informando del estado de excepción definitivo. Después vinieron los indicios de casos confirmados en Rusia, Alemania e Italia.
Lo más acojonante fue que China empleó armas termonucleares en los principales núcleos urbanos de la costa este. El virus se estaba extendiendo con una rapidez aterradora, pero hay algo más. Ese mismo día descubrí que el virus ya había sido detectado en China muchísimo antes de que todo esto pasara, eso quiere decir que América no fue la primera en caer. Ahora la infección viene para aquí y nada puede pararla... ni bombas nucleares ni nada.

Me remontaré al día 16 con más exactitud:

Son las siete de la tarde y acabo de leer la noticia de China. Estoy temblando en mi habitación con la ventana del msn abierta. Tengo la cabeza oculta entre mis brazos, intentando calmar el agobio que me invade. Mi madre ha entrado en la habitación y me ha abrazado...

Poco después, mi padre entra en la habitación y solicita hablar con nosotros. Nos sentamos en el comedor y éste empieza a hablar.
Tenemos que tomar una decisión. – Entonces mi padre sube el volumen del televisor: es el presidente en la Moncloa, y comienza con el “buenas tardes” más triste que he oído nunca. Zapatero procede a dar los detalles sobre el estado de excepción, los pondré en una lista:
- Toque de queda a las 20:00, hora española.
- La libertad de expresión, asociación y prensa quedan temporalmente suspendidas.
- El ejército tendrá completa potestad para imponer el orden en las calles.
- Los civiles podrán realizar sus compras pertinentes hasta el día 17 de mayo a las 20:00 (todo el día de mañana).
- El ejército comenzará con su plan de contención de los infectados en los puntos conflictivos, a saber: Madrid, Barcelona, Bilbao, Sevilla y Valencia.
- De fracasar la contención se pasará a la orden de evacuación en distintos campos de refugio habilitados en todo el país con fuerte presencia militar. Dicha información será confirmada en las próximas horas.
- Los poderes del Estado se confluyen en el órgano Ejecutivo junto con el Jefe del Estado Mayor del ejército.

Zapatero terminó el comunicado diciendo que, posiblemente, sea la última declaración pública que haga a los medios y que, si todo sale bien, España superará esta crisis junto con el resto de países de la Unión Europea. Al final... dijo algo que jamás creí que Zapatero haría: “Buenas noches, buenas suerte y viva España”. Tras esto, apareció la presentadora de los telediarios de Televisión Española haciendo un discursito parecido, pero añadió datos importantísimos y que ya iban siendo hora. La infección se encuentra en España y azota la capital con brutalidad, es por eso que la cadena dejará de emitir. Cuando la periodista se despidió, la emisión se cortó por un momento y, acto seguido, apareció la bandera de España con el himno nacional.... ¿Algo que pensé que sólo pasaba en las películas? Pues ocurre, está ocurriendo.
Mi padre cambió a Antena Tres, tampoco funciona. Telecinco sigue emitiendo las noticias y habla del estado del resto de países de Europa. La mayoría ya ha declarado el estado de excepción y se han puesto en marcha medidas similares a las anunciadas hace un momento. Ya nadie duda de que el virus convierte a la gente en asesinos sedientos de sangre y de que la situación se ha descontrolado por completo. Por fin, se habla de “fin del mundo”... es el fin del mundo.

Mi padre apaga la tele y nos mira. Nos pregunta si queremos quedarnos aquí o trasladarnos a un campo de refugiados. Nuevamente, recuerdo que no estamos en una película y que quedarnos aquí sería una locura, un completo error. La decisión está tomada, nos iremos de aquí en cuanto confirmen los campos y los camiones venga a recogernos (o tengamos que ir nosotros a ellos).

No me han salido muchas palabras después de eso. Estoy completamente anonadado. Deseo que esto sea una pesadilla y, joder, despierte de una vez. Esto es un sueño, sólo un sueño. Voy a mi habitación y abro Internet, no va. Han cortado la conexión. Guiado por un impulso inmediato, cojo el móvil y llamo... llamo a Carolina. Las llamadas están colapsadas... No me quiero ni imaginar lo que estará sucediendo en Madrid.
Al cabo de unos minutos, a eso de las 8, llaman al telefonillo del portal. Mi padre lo coge y... ¡es Xhartas! Me pongo al habla y me dice que baje, que tenemos que hablar. Mi madre me interrumpe ipso facto y me prohíbe terminantemente bajar. Entonces les digo algo que sale de los más profundo de mi corazón: “puede que esta sea la última vez que vea a mis amigos...” Mi padre, dios santo... mi padre entonces me contesta algo impresionante: “qué razón tienes, hijo mío... Baja.”

Estoy bajando el ascensor llorando, llorando con todas mis fuerzas... Cuando llego al portal siento que tengo los mejores amigos del mundo. Los más grandes y especiales amigos del mundo... están allí: Xhartas, Alberto, Diego, Spynk, también está Jacobo y Sara. Por increíble que parezca, al verme llorar... todos nos abrazamos. Sara rompe a llorar, Alberto también.

Los momentos después quedarán grabados en mi mente para siempre. Caminamos hasta mi plaza y nos sentamos donde siempre lo hacemos. Fumo con Diego y Jaco (a Sara ya le da igual que Jaco fume en esos momentos). La conversación es surrealista... Todos sabemos lo que va a ocurrir y nadie quiere hablar de ello, sólo conversamos de juegos y de mangas... Alberto ha sacado la Ds y pregunta si el resto la ha traído. Todos negamos, menos Jaco y Xhartas. Con este último se pone a jugar un pokémon. Los dos comentan el combate con una sonrisa nerviosa... Alberto está temblando y parpadea con frecuencia. Spynk está sentado a mi lado y cabecea lentamente. De pronto, Diego suelta lo que todos estamos pensando: “¿qué hacéis jugando al pokémon...?” Alberto no protesta, algo inédito, y Xhartas apaga la consola sin decir nada. Saco el segundo cigarro, lo enciendo y le doy la primera calada.
- Tengo que llamar a mis amigos de clase. – digo.
- ¿Cristina, Borja...? – pregunta Diego.
- Sí... tengo que saber cómo están.
- Estarán en casa, no te preocupes. – responde Xhartas.
- ¿Xacy y tu cuñado? – preguntó entonces a Spynk.
- Xacy está en casa también, todos están en casa menos nosotros. – Todos estallamos a reír. - ¡Mira que somos frikis! ¡Hasta el último momento quedamos para jugar al pokémon! – Sara está riendo a la vez que un par de lágrimas brotan de sus ojos.
- ¿Y cómo es que habéis venido aquí? – pregunté.
- Fue idea de Alberto, bajó a mi casa y dijo que quería quedar. – dijo Diego. – Que quería quedar por últi... – de pronto, Alberto le interrumpió.
- ¡Baja la Ds, Cristian! Jaco creo que tiene la suya. Echamos unos tetrix y la vamos pasando. – Asentí, pero lo pensé mejor.
- No creo que mis padres me dejen bajar una segunda vez...
- Pues la echamos con las que tenemos, ¿sí? Vamos, vamos, que tengo mono de tetrox (parodia de la palabra “teto”). ¡Jaja! – Alberto trata de disimular que todo va bien. Jamás le había visto así.

Aquellas fueron las partidas de tetrix más agradables de toda mi vida. Por primera vez en casi dos semanas sonreía... estaba sonriendo. Allí, jugando a la consola, nos encerrábamos en una burbuja ausentes de lo que muy pronto estaría por venir. Después de jugar, dimos una vuelta y Alber nos preguntó si queríamos ir al Vallsur a comer como siempre hacíamos. Aquella idea no le gustó nada a Sara, y yo me la replanteé seriamente por mi madre (la pobre seguramente estaba preocupadísima). Xhartas y Spynk aceptaron con un “qué diablos, ¿por qué no?”. Por su parte, Diego aseguró que el centro comercial estaría cerrado. Entonces, mi curiosidad se despertó y solté lo siguiente:

- ¿Por qué no lo comprobamos? – todos me miraron. – Llevo todos estos días encerrado en casa, quiero ver la ciudad un poco, ¿por qué, en vez de ir al Vallsur, vamos al centro?
- No creo que sea buena idea... – replicó Jacobo no muy convencido.
- Aún no se oyen disparos, no hay por qué temer. No tengo miedo. – Mis últimas palabras sonaron frías y desafiantes. Efectivamente, no tenía ningún tipo de miedo. Quería ver la ciudad, quería ver lo que se cocía en el mundo real. Estaba harto de una pantalla de ordenador. Todavía no había casos aquí y si aquella era mi última oportunidad para despedir Valladolid, que así fuera.
- Podríamos intentar ir con el coche... – propuso Alber. – Y si vemos algo fuera de lo normal... volvemos y ahí se acaba todo.
- ¿Algo fuera de lo normal? ¿Calles desiertas te parecen normales?

Sorprendentemente, las calles no estaban desiertas. Circulamos con el coche de Alber hasta la Plaza España (Jacobo y Sara no vinieron). Aparcamos en el garaje del mismo (sí, aún había un empleado trabajando) y nos encontramos con que el subterráneo albergaba varios coches, aunque no estaba ni mucho menos lleno. Cuando ascendimos hasta la bola del mundo... encontramos a gente. Había gente. Era una estampa melancólica y bella... ¿por qué? Eran familias y amigos: nadie iba a solas, nadie se encontraba en soledad. Era como si el mundo quisiera disfrutar de la vida minutos antes del ocaso... Dios santo... Pese a que el gobierno advirtiera que debían quedarse en casa, ahí seguían. Que digan lo que quieran de Pucela, somos una ciudad maravillosa.

Nos acercamos al Toletum para ver algunos libros. Alberto tuvo la genial idea de leer cuando no lo había hecho en toda su vida, aquello fue realmente cómico. Desgraciadamente, la tienda estaba cerrada (qué sorpresa) y la observamos desde fuera. Momentos después, escuchamos el sonido de varios camiones en la plaza. Todos corrimos para ver qué eran, pues ya no había autobuses y aquel ruido venía de transportes muy grandes. Conforme llegábamos, oímos varios gritos al son de órdenes precisas: era el ejército. Nos paramos en seco, muy asustados. Los militares empezaron a desplegarse y un grupo de diez se acercó corriendo por la calle. No nos giramos, tan sólo nos quedamos mirándolos.

- ¡Dos horas para el toque de queda! – gritaron. - ¡Dos horas para el toque de queda! – repitieron.
- ¡Todos los civiles que sean sorprendidos durante el toque de queda serán eliminados! – se oyó entonces por un megáfono. Los soldados pasaron de largo justo a nuestro lado y siguieron corriendo gritando una y otra vez. Uno de los soldados, creo que era un cabo, se detuvo entonces a unos tres metros de mí: su radio le reclamaba.
- Unidad 014, adelante.
- Objetivo sospechoso, Plaza mayor.
- Recibido. ¡Vamos, vamos! – lo escuché todo. Escuché claramente cómo la radio
decía “Plaza mayor”. Eso estaba muy cerca... muy cerca... Cuando los militares se alejaron, se lo dije a mis amigos. Éstos reaccionaron sin mediar ni una palabra y nos dirigimos al aparcamiento, movidos por el más poderoso de los miedos. Entonces.... joder, JODER... lo oímos: disparos. Disparos de fusil de asalto automático, en gran número. La gente de alrededor empezó a correr despavorida y a gritar enloquecida. La histeria colectiva se generalizó y Alberto gritó, como queriendo acompañar aquel coro. Corrimos todo lo que pudimos y cruzamos la carretera de la plaza. Al otro lado se encontraban militares intentando calmar a los civiles.
- ¡¡¡Mantengan la calma, por favor!!! ¡¡Mantengan la calma, un transporte les
sacará de aquí!! – gritaban varios. Spynk, entonces, se lamentó con varias palabrotas el haber venido al centro, creo que todos pensábamos lo mismo, y eso me hizo sentir muy pero que muy culpable. Detrás de nosotros se agolpó una multitud que pretendía tomar nuestro mismo rumbo: el aparcamiento. Los soldados formaron una línea alrededor de la puerta del sótano al tiempo que se colacaban máscaras anti gas.
- ¡¡¡Mantenga el orden he dicho!!! – repitió un oficial con autoridad. Ahora
estábamos en medio de una especie de concierto, sólo que la música eran disparos y gritos de gente atemorizada.
- ¡Hay que irse, joder! ¡Hay que irse de aquí! – gritó Xhartas. En ese momento,
pude ver como empezaban a subir gente a los camiones que antes vimos, pero algo no me cuadraba. ¿Cabríamos todos? Sólo vi tres camiones, y allí éramos muchísimos, demasiada gente.
- No vamos a caber... – dije para mí. - ¡Tenemos que coger el coche, Alberto! – le
grité. - ¡Mira los camiones! – Éste pensó lo mismo que yo.
- ¡No vamos a pasar, hay soldados, joder! ¡¿Es que no les ves?! – respondió
Xhartas, que estaba casi pegado a mí por los empujones. Sucedió entonces lo terrible, el caos total, lo peor que podía pasar en aquella situación. Se escucharon disparos cerca de la plaza, concretamente la calle que iba para la Plaza mayor. La masa de gente empezó a gritar con mayor intensidad, casi me dejan sordo. Agarré a Alberto y a Xhartas con ambas manos todo lo que pude y ellos hicieron lo mismo: no íbamos a separarnos. Levemente, escuche a Diego gritar, “¡bajemos!”. La gente que corría a mi alrededor me impedía verlo con claridad, pero divisé que los soldados de antes se había marchado para contener a los infectados. Los infectados... aún no los había visto en persona y sentía su presencia... los sentía en algún lugar... igual que un tiburón en el mar, olía su presencia, esa inseguridad que te invade porque sabes que algo peligroso se acerca.

Seguí aferrado, y con más fuerza al notar que nos dirigíamos al aparcamiento. Los disparos eran casi silenciados por los fuertes alaridos de la gente, imaginaos lo fuertes que eran. Para no ser empujados al suelo, nos agarrábamos con fuerza formando una piña imbatible (creo que es la primera vez que me uno tan íntimamente a mis amigos). Cerca de la escalera, atestada de gente, creí escuchar unos rugidos lejanos.... mierda, mierda, mierda, mierda... Más disparos, más y más disparos... Hay que bajar, hay que bajar YA. Ahora creo que en aquel momento me entró un ataque de ansiedad que mi consciente pasó por alto.
Por fin piso el primer escalón, detrás mi tengo agarrado a Xhartas y éste creo que a Spynk. Delante tengo a Alberto, que sigue a Diego. Siento como me empujan, sé que no es por culpa de ChicoWii (Xhartas)... la gente está presionando para pasar. Hice un esfuerzo sobrehumano con mis piernas para no caer, mis pobres piernas. Escalón a escalón me siento más seguro. Bajo tierra un infectado no puede cavar, qué tontería de pensamiento. Es como cuando te sientes seguro arropado por las sábanas de tu cama. Seguimos bajando hasta que por fin conseguimos llegar a la taquilla de pago (una mierda vamos a pagar). El tapón de la multitud se libera al llegar al aparcamiento. Salimos corriendo, cogidos de la mano, en dirección a nuestro querido Renault Modus. Nos montamos. Alberto arranca con un nerviosismo notable, lo sé por su forma de pisar el embrague que ahogaría a cualquier motor de gasolina. Sale tan rápidamente que choca con el coche de delante, y rompe el faro izquierdo.
- ¡Alberto, joder! – protesta Diego.
- ¡¡¡Cállate ya!! ¡¡¡¿Vale?!!! – replica el otro. Alberto no está para tonterías y
nadie dice nada. Vuelve a salir y por poco no arrolla a una pareja en el camino. Entonces nos topamos con lo obvio. Hay coches en la salida. Léase, salida, no rampa; la cola es enorme. Los coches pitan y pitan. Allí estancados, nadie es capaz de decir nada, tan sólo miramos a los lados: gente corriendo, montando en sus vehículos invadidos por el pánico.
- ¡Oh... no... no no no...! – grita Spynk. Ha visto algo, ha visto algo.... Miramos
todos en su dirección, izquierda. Detrás de varias filas de coches aparcados, algo va condenadamente MUY mal. No lo voy a describir porque no me salen las palabras, pero con decir que hay gente con la ropa manchada sangre huyendo de esa dirección basta. Alberto pita con la respiración acelerada, como si estuviera hiper ventilando. Delante de nosotros vemos como un coche se aventura a salir de la cola y buscar otra salida. El de atrás lo ve y le imita. La cola se acorta, pero no lo suficiente.
- ¡¡¡SOCORRO!!! – el susto que nos pegamos fue tan grande que todos pegamos un bote. Una persona herida, un hombre de mediana edad, nos pide ayuda desde fuera. Éste ha manchado un poco la ventana con sangre, su brazo echaba borbotones. - ¡¡¡Dejadme entrar!!! – al ver que le ignoramos, éste avanza hacia el siguiente coche y provoca que salga de la cola.
- ¡Alberto, aprovecha para salir! – le ordena Diego.
- ¿¡Salir a dónde?! – pregunta este.
- ¡¡La salida sur, cojones, la salida sur!! – Alberto acelera tan bruscamente que provoca un derrape. Sigue al coche que, supone, se dirige a esa salida.
- ¡¡¡Están ahí, están ahí, dios mío, están ahí!!! – miramos a la izquierda de nuevo.
Esta es la primera vez que veo infectados en vivo y son más temibles de lo que uno cabría esperar: es un grupo atacando a dos o tres personas que intentan subir a su automóvil. Gritan como posesos y sus movimientos son bruscos, como si estuvieran locos o poseídos. También aprecio que están heridos, mordidos por algún otro infectado. Hay más..... dios santo, hay más de esas cosas. Vienen de la escalera en oleadas y asaltan a los rezagados entre los coches estacionados. Los hijos de perra no son para nada lentos. Alberto va tan deprisa que creo que se va a empotrar con el de adelante (menos mal que éste también va a toda hostia). Por fin llegamos a la salida sur al tomar el tercer giro. Allí también hay cola, aunque es mucho más reducida....... ¿¡pero qué?!
- ¡¡GIRAAAA!! – Alberto gira el volante con tanta fuerza que creo que los
neumáticos van a reventar, y nosotros a salir por los aires, ya que justo enfrente se cruzó un coche a toda velocidad. Su conductor iba con la puerta medio abierta, pues tenía a dos infectados atacándole desde fuera, uno en el techo... ¡en el puto techo! El vehículo asaltado se precipita contra una columna a pocos metros de nosotros y Alberto consigue llegar a la cola. Miramos hacia atrás, sabemos que los infectados nos atacarán si seguimos aquí. Otro coche se acerca por detrás para unirse a la espera, pero... ¡nos empuja! El muy o la muy cabrona nos ha golpeado con muchísima fuerza y yo casi me descoyunto el cuello por el impacto (ninguno tenemos el cinturón puesto, hay que joderse).
- ¡¡¿Pero de qué coño va..?! – Xhartas no termina la frase, está helado. El
conductor esta muerto pegado al volante, tiene... joder... tiene un infectado en el copiloto alimentándose de él. Ocurre el milagro, la cola avanza, avanza lo suficiente para llegar a la rampa. Sentimos que el parachoques de atrás se desprende del morro con un sonido raro. Alberto toma la cuesta en primera y vemos la calle. La calle... la calle es un infierno. Hay montones de personas corriendo por la acera y la carretera. Vemos también a los infectados detrás de ellos, es un panorama dantesco, no os lo podéis imaginar. Seguimos, como si fuéramos un convoy, a los coches que nos anteceden para abrirnos paso entre la muchedumbre. Tomamos la calle que va para el túnel y vemos a varios militares montando a civiles apresuradamente en un camión. Conforme nos acercamos, advertimos que nos cortan el paso. ¡Nos están apuntando con sus armas! Giramos a la izquierda, ¡joder! El coche de adelante ha atropellado a una persona. Alberto evita el cuerpo y sigue su ruta. Las cosas que están sucediendo son tan terribles y reales que cuesta creerlo, buf...
- ¿Por donde vamos al túnel? – pregunta al fin Alberto. Su voz suena temblorosa.
- ¡Vamos a tu casa! – grita Diego. - ¡Vamos a tu casa ya, me da igual, está más lejos!
- ¡Los soldados se cargaran a todos esos mamones! ¡Si nos alejamos de aquí mejor! – añade Spynk apoyando la propuesta.
- ¿¡Y qué pasa con nuestros padres?! – pregunto. - ¡No me hace gracia separarme de ellos, y menos como están las cosas!
- ¡Si están en casa todo irá bien! ¡No podemos ir parando en cada casa para dejarnos! – dice Diego.
- Sí, sí, sí... – se dice Alberto. – Vamos a mi casa, vale, vale... – El chico me
preocupa, esto le supera, le supera mucho, pero qué coño, todos estamos igual. Llamaré a mis padres cuando esté allí y punto. Por si acaso cojo el móvil para llamar, pero no funciona. Los móviles han muerto. - No teníamos que haber venido aquí... – Alberto tiene la extraña manía de replicar en los momentos más inoportunos.
- ¡Lo hecho, hecho está... toma la derecha, loco! – le grita Diego. Alberto derrapa
y frena en seco. El sonido de disparos y gritos ahora es más lejano y allí no vemos a nadie. Miento, aparece un coche yendo a cien por hora que cruza a nuestro lado, madre mía...
- ¡¡¡Conduce tú si tanto sabes!!! – Alberto se baja a toda prisa, este no quiere
pasar ni un segundo fuera. Diego se monta en el piloto. Éste último, que es muy listo, toma la ruta más alejada del centro, lo que nos lleva más tiempo, pero vamos con más calma. En el transcurso del viaje no vemos ni un alma, nadie, sólo coches circulando a toda leche, y muy de vez en cuando. Creo que divisamos a unos ancianos, pero nadie más, tampoco infectados, ¿entonces la infección se concentra en el centro? Bien... si los militares están allí sabrán contenerlos. Pensamos esto como método para tranquilizarnos, al menos yo lo pienso. Sé que lo hago con esa intención, quiero engañarme.

Tomamos La ronda y nos encontramos con algo que impresiona mucho. Tres camiones repletos de soldados, dos blindados BMR, y lo mejor, un tanque “leopard”español al final. Todo eso cruza por la otra carretera en dirección a la ciudad, como si nada... Los segundos después son acojonantes. Todos callados...

Por fin llegamos a casa de Alberto. No sabéis lo a gusto que me encontré al verla. Bajamos corriendo, la calle nos daba pánico. Corrimos hacia el portal y subimos, subimos... Estoy cansado de escribir, en un rato sigo.

2 comentarios:

  1. lo digo y lo repito: Qué sestrés de capítulo =S
    No me imagino a Zapatero diciendo esas cosas, jaja.
    Saludoos!

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